Ana Fiondella tiene 84 años. Es fonoaudióloga y se especializa en estimulación visual en niños ciegos o con baja visión.
Dió con un modo particular de trabajar, entender y atravesar lo distinto.
Historia de una mujer admirable.
Por Marcela Ayora. LA NACION.
Es una tarde calurosa y suena el timbre del consultorio de Ana Fiondella, en Belgrano. Entra una mujer con su hijo en brazos. El bebe, de ocho meses, fue prematuro: nació de 27 semanas y pesó 900 gramos. La retina no se formó bien por el exceso de oxígeno en la incubadora. Hola, Martín, lo llama Ana. El bebe mueve las piernas, las manos. No la mira. Ella se pone adelante, muy cerca, le toca la cara; despacio, vuelve a pronunciar su nombre. Entonces arquea las cejas, hace formas con los labios. Ay, te reconoce, dice la mamá, y lo cambia de brazo. "No -dice Ana, sonriéndole-. Me ve."
Es pionera en estimulación temprana, visual. Lo particular de su trabajo consiste en hacer que un niño que ve poco logre llevar al ciento por ciento eso que tiene. Los recibe desde que tienen pocos días para intervenir en ese primer año de vida del niño, que es fundamental en el desarrollo cognitivo. Con los niños ciegos, y también desde los primeros meses, sabe que va a ampliarles el mundo y a darles todas las herramientas para afianzarlos como sujetos íntegros, independientes. "No hago estimulación visual como tradicionalmente se la conoce. Al saber las etapas madurativas de los bebes y niños, puedo proponerles juegos, movilizaciones, caricias y palabras que los atrapen y desencadenen en ellos el deseo de mirar", dice Fiondella, sentada en el piso del consultorio, mientras observa cómo juega Martín, recostado sobre una colchoneta. Les da consejos simples a las madres, la suma de detalles en lo cotidiano. Que cubran la mamadera con una tela a lunares, que pongan en el moisés otras de rayados gruesos, para que el bebé se encuentre con eso apenas despierta. Usa mucho la palabra ofrecer: "Ofrecele tu cara, ofrecele un muñeco y quedate ahí, con él; ofrecele el piso, que explore, sentate detrás".
Ana se levanta y despide a la madre con su bebe. Vuelve con un cubo de tela con lados en blanco y negro, lunares gruesos, pintitas. Se sienta en una de las sillas bajas, como las que hay en las salas de jardín. Apoya el cubo sobre su pantalón, en una de las piernas, y pasa la mano una y otra vez por la tela con fondo negro. Tiene las uñas pintadas de un blanco nácar, moda de otros tiempos. Cruza las piernas, la espalda está derecha, perpendicular al piso. "La primera pregunta que hacen los padres es, ¿ve? -dice-. Yo voy a mirar al bebe, porque si no lo miro, no va a ver. Mirarlo, para que entienda que hay otro ahí para él. Que ese otro, el que le va a dar fuerza, adquiera consistencia, que eso que es medio borroso tenga sentido. Si no pasa nada, lo borroso seguirá siendo borroso, aunque sea la cara de la madre." A partir del trabajo de Fiondella se empezó a considerar el poder de la estimulación. Los oftalmólogos no lo incluían como una posibilidad para aquellos niños que no tenían un 10/10. Hasta que en función de los resultados -buenas posturas corporales de los niños, cómo se movían en el espacio, los logros visuales y de fijación a pocos metros-, las derivaciones fueron un hecho. Pediatras, neurólogos y equipos interdisciplinarios comenzaron a hablar de Ana Fiondella como esa posibilidad de mejorar eso que había en el niño tal como lo recibían.
"Tenemos que entender que mirar es una construcción social. Y es a la madre a la que le falta la mirada del hijo. Va al pediatra y pregunta doctor, qué le pasa en los ojos, no me mira. No dice que no ve; no me mira, dice la madre. Nada llega al intelecto si antes no pasó por los sentidos, sostuvo Aristóteles. Al niño ciego hay que mirarlo. No importa que no mire; si le hablo, va a sentir mi aliento, el roce de la cara: va a saber que uno está ahí para él. Del mismo modo, al sordo hay que hablarle aunque no escuche, porque capta por múltiples caminos reales lo que uno le está diciendo", asegura Ana, con total convicción.
La lógica de un camino
Gracias, Dios, por haberme ayudado a encontrar una vocación. Hoy cumplo 50 años como fonoaudióloga, se leía, en cursiva azul sobre una pizarra blanca, al entrar a su consultorio. Cuando saben del trabajo de Ana, muchos se preguntan cómo hace estimulación visual si es fonoaudióloga. Primero fue maestra. "Nunca supe lo que era trabajar en un aula", dice Ana, a 66 años de haberse recibido. Se inició en la Sala de Polio del Hospital de Niños Ricardo Gutiérrez, en 1948, un año después de que se inaugurara. "Ponía un atril y trabajaba ahí. A cada chico lo internaban por su patología y yo daba clases de todos los grados."
Tiempo después fue fonoaudióloga, también en el Gutiérrez, bajo la dirección de la Dra. Lidia F. de Coriat, subjefa de Servicio de Neurología. Por aquellos días hacía estimulación temprana en chicos con retardo madurativo y con síndrome de Down. Una forma de mirar un tratamiento muy de avanzada para fines de los años 40. "Ustedes tendrían que hacer este trabajo con los nenes ciegos recién nacidos o con baja visión, que después llegan a los 5, 6 años aleteando y todos piensan que son autistas", recuerda Ana que les dijo el Dr. Alberto O. Ciancia, oftalmólogo del Gutiérrez. Y entre ese grupo que empezó a pensar lo que hoy conocemos como interdisciplinario, se hizo un pliegue, afortunado, para lo que vino después en el trabajo de integración. Fiondella llegó a la estimulación visual, como ella lo define, "dedocráticamente", a dedo. Marca una escena inicial en 1962, cuando la Dra. Coriat y el Dr. Ciancia reunieron a sus diez colaboradores y les pidieron un voluntario para que se animara a trabajar con los niños ciegos. "Nadie dio un paso adelante. Lo que se desconoce se teme y acepta", dice Ana, y sigue: "Sos vos, me dijo Coriat, señalándome con el índice. Nunca voy a terminar de agradecer esa elección".
Entender el todo
Su obra tiene un enfoque muy psi: uno mira porque ha sido mirado por otro. Ana define su técnica de este modo: "Aunque el bebe no vea o vea mal, debe sentir que hay un otro que lo mira, que le habla, lo toca y lo mece, un otro que lo provoca para que él toque y balbucee. En algún momento el estimulador, o la madre, debe parar para darle la oportunidad de que responda (sonría, mueva una mano o calle) y quede expectante. El juego que se detiene deja un espacio. El bebe lo llena con una reacción de rechazo o aceptación. El estimulador observa, le responde con una caricia, movimiento o palabra. Comienza un diálogo. Luego, el bebe desea saber qué está pasando, frunce el ceño, intenta una fijación: está organizando su mirada. Se ha despertado el deseo, la necesidad de mirar".
Ana habla suave. Modula. Hay algo fuerte en su voz, en la forma de pronunciar las palabras. Es firme, contundente. Cumplir 50 años en una profesión y seguir ejerciendo es un privilegio, especialmente un acto de amor. Todo en ella es así, apasionado. De largo romance. Su nombre es Ana María Polito de Fiondella. Se hizo conocida con el nombre del esposo, Roberto Fiondella, "que en abril cumple 90", enfatiza Ana en el número, con obvio orgullo. Están casados desde hace 56 años. El secreto, según ella, es el amor.
"Nos casamos muy enamorados -afirma, y alarga las vocales-.Desde un principio nos respetamos. Roberto se dedicó siempre al marketing. Está por publicar su segundo libro. Hemos tenido mucha confianza el uno con el otro. Hubo momentos en que él ganaba muy bien y yo nada; otros, al revés. Es importante ser generoso. Y cuidar las palabras. Como las cuido cuando les hablo a los padres. La palabra no tiene retorno. Por eso cuando una mamá reta a un chico, hay que medirse. Poner límites: es no, porque te quiero", asegura, con tono de maestra. Cree que la planificación de sus trabajos le viene de ese primer oficio, la docencia. Y que hay algo maravilloso en el cruce entre vida y vocación. Durante su infancia viajó mucho con su familia. Vivió en distintas provincias del país. Hizo tercer grado en una escuela de La Pampa. Se pasaba las tardes caminando entre el pasto, con una rama en la mano, exploraba aquí y allá. Tuvo una oveja como mascota que la acompañaba cada mañana a la escuela. "Siempre decía que iba a ser maestra. Tenía un libro de lectura, de Kapelusz. En la primera parte estaba lo que era fonoaudiología, la fonética de las letras. Leía eso y me gustaba." Los caminos de la vocación, la fuerza de las escenas fundantes. Los cruces, el deseo. "Uno cuando es niño no se da cuenta de lo feliz que fue", dice, sin melancolía en la voz.
El recorrido de Ana Fiondella es vasto. Su eje más intenso es el trabajo con niños. Pero, además, es formadora de profesionales. Desde hace cuarenta años viaja por América latina, participa de congresos y da cursos en la especialidad. En 1988 fue convocada para ser la directora fundante de Fátima, primera institución para la atención integral de la persona con sordoceguera. Este año dio cursos para la Universidad Católica Argentina en el posgrado de Oftalmología. Fue merecedora del premio Bernaldo de Quirós a la trayectoria profesional (2000). Además, es coautora en los libros Estimulación temprana e intervención oportuna (Ed. Miño y Dávila), Baja visión (Ed. Gurovich) y Atención pediátrica de los niños sordos, hipoacúsicos, ciegos y con baja visión (Ed. Fundasap).
Varias generaciones de profesionales tuvieron el honor de haber hecho cursos con ella, una mujer mesurada si se le pregunta sobre su saber. Pone freno al halago fácil. "Hice un curso de observación de bebes hace más de 20 años. Como terapeuta, tengo que darles indicaciones a las madres, estoy acostumbrada a decir lo que hay que hacer. Y en ese curso aprendí a callarme. Callar y observar", dice, y por algún mecanismo de la memoria, se queda un largo rato en silencio. "Aprendí a hablar menos. Es un poco la curva que uno sigue. Primero no sabés nada, estudiás, estudiás. Después te vas sintiendo segura, y más segura, y eso es lo peor. El curso me enseñó a ver no sólo al bebe, sino a escuchar a esa madre, qué le pasaba a ella, al padre, a los hermanos. Hago una estimulación temprana pensando en ese todo, no sólo en que voy a mejorar esos dos ojos. Enfocar ahí, en que el bebe tiene todo. Y la familia es todo."
Son las 19 de un martes. Fiondella termina de trabajar con su último paciente, una nena de 4 años que sólo ve de un ojo. La nena, que por esas cosas de la vida se llamaba Anabella, se lleva a la casa unas cartulinas con unos dibujos hechos en trazos gruesos. Chau, Ana, dice, y mueve el flequillo que le cae sobre las cejas, apenas más arriba del marco de los anteojos rosas de silicona.
"Estuvimos muchos meses sin saber si veía -insiste en dejar en claro la mamá de Anabella-. El oftalmólogo nos había dicho que era probable que no viera. La pediatra nos alentó a que probáramos con estimulación. Búsquenla a Ana Fiondella-nos dijo-, esa mujer hace milagros."
Victoria Uzal, 2 años
Tenía 10 meses cuando conoció a Fiondella. Su oftalmólogo consideró oportuno equiparla y, a pesar de su muy baja visión, juega con anteojos. "Es el juego visual, con formas silenciosas, sin luces, el que ayuda a madurar al órgano. Esto ocurre muy de vez en cuando, epero si pasó una vez, estamos en buen camino", asegura la especialista
Matías Salinas Furlan, 2 años y 7 meses
Hace más de un año que trabaja con Ana. Su baja visión amerita los anteojos. "Provocando el juego, nace la curiosidad", insite Fiondella. Así, Matías empezó a entender lo que veía
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